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A lo largo de tanto tiempo han sido muchas las instantáneas fallidas: Superficies veladas total o parcialmente, manchas de luz y oscuridad a las que el revelador químico ha dado su forma final —descontrolada y azarosa— en un proceso verdaderamente abstracto. Desenfoques y movimientos accidentales que han distorsionado ciertas imágenes hasta borrar toda apariencia reconocible, eliminando ese rastro figurativo que parece esencial en una fotografía. Se han producido también transferencias o transportes de emulsión que traspasaron el límite de la deformidad deseada... pero si nunca me he desprendido de esas imágenes ha sido porque siempre me han parecido muy sugerentes. Sus manchas y claroscuros, verdaderos campos de sombras y luz, registro de las formas con que ésta se ha depositado sobre el papel, llegan a evocarme ciertas esencias poéticas.
Por otra parte, el tiempo transcurrido también ha hecho caducar una buena cantidad de material sin usar que había guardado, hasta hacerlo inservible para su uso fotográfico convencional. Antes que tirarlo, cierta experimentación me llevó a añadir pintura en los pequeños depósitos del revelador casi seco y procesar la película como si fuese válida persiguiendo una metáfora. Todo el proceso es pura abstracción y una mezcla literal de pintura con fotografía. Naturalmente no hay figura, pero queda claro que hay imagen. Más allá de la metáfora, el acrílico junto al revelador dibujan sus formas aleatorias cuando proceso la película en el respaldo de una cámara que no ha llegado a dispararse.
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