Luz velada de tinieblas

A finales de 2011 decidí analizar mi propio trabajo —como arquitecto— mediante la herramienta del proyecto creativo tal y como lo había afrontado en las ocasiones más recientes: construyendo una metáfora nueva, íntima y personal, visual y narrativa, sobre una estructura literaria muy consolidada en mi propio imaginario que solo se mostrará ya velada por la primera.

Toda introspección es sin duda el viaje a un espacio interior profundo. Ignoto a pesar del nuestro. Una aventura que rompe con la seguridad tejida por nuestra razón —en el tiempo— para adentrarse en tinieblas; en esa oscuridad, misteriosa y amenazadora, con la que se muestra todo lo que aún no ha sido descubierto o aquello de lo que aún no somos plenamente conscientes. Crear una obra en este contexto se parece a una odisea dominada por la incertidumbre, sin una fecha de conclusión determinada ni respuestas definitivas; un proceso en el que debe aceptarse que las decisiones más importantes son dictadas por la inteligencia intuitiva —relacionada con nuestras capacidades poéticas y creativas— aunque sus resultados compartan otros análisis más integrativos, equilibrados quizá por la inteligencia lógico-analítica.

Siempre he tenido pocas dudas sobre las positivas relaciones que se establecen entre procesos creativos y autoconocimiento. A pesar del riesgo —inseguridad— me interesan mucho y aún me asombra observar como mutuamente se retroalimentan; pero esta misma certeza se ha convertido en inquietud muchas veces al considerar ciertos elementos de la comunicación; cuando más he pensado en el espectador —yo prefiero lector— más indeciso he sido respecto de la exhibición de mi trabajo. Javier Vallhorat me dijo en algún momento: “La mente del artista apunta hacia ahí: hacia un proceso en el que tejer sentidos a partir de tramas ocultas, a tender puentes entre lo visible y lo invisible. Lugares donde se expresa otra inteligencia, sin duda fuera del alcance de lo racional”. Por ello precisamente, y porque creo reconocer la senda más natural de lo artístico en esa dirección imprecisa, ahora más que nunca quisiera cultivar aquellas actitudes que ya mostraron —compartidas entonces con los artistas, sin serlo— el clásico diletante y el viejo amateur: compromiso, intuición, libertad, conocimiento, exigencia, sinceridad, experiencia, disfrute... Intuyo que los procesos creativos así concebidos ofrecen resultados diferentes, autónomos y diferenciados de los considerados profesionales por el mercado del arte, y que podrán ser interpretados con otras posibilidades por su propio autor —no-artista— y por otros: sus iguales.