La negra mente del bricoleur *

El soporte gráfico e imaginal que tenemos ante nuestros ojos se comporta como un mosaico, cuyas teselas muestran tal variedad cromática y figurativa que se presentan como pequeñas ventanas, por las que nuestra mirada busca colarse. Incluso cuando bastaría con el enfoque desde una cierta distancia, un paso más nos aproxima a mirarlo como si se tratara de un detalle. Pero no lo es; sigue manteniendo su corporeidad como pieza de una composición, y otro juego visual se añade al de la localización de las miniaturas: el de la contextualización, ya que cada conjunto de piezas, en función de su proximidad y de su luminosidad cromática, pasa a formar parte de unidades visuales más amplias, en las que se demanda una significación cruzada y latente que interpela a la mirada.

¿Qué tiene que decir el cuadrado oscuro que destaca en un fondo gris —bajo el retrato de mujer— a los cuadrados claros sobre fondo gris colocados más abajo?

Lo que cada mirada deduzca de tal continuidad deberá ser contrastado con las reglas ocultas de una composición como ésta. Estamos frente a un ajedrezado donde las casillas juegan a un reenvío de posiciones, en el que la continuidad no es el único dispositivo de significación. En el que las diagonales visuales, o los saltos de caballo, inducen a un nuevo recorrido que quizás supera cualquier regla de montaje. Y en el que nunca podemos olvidar lo que su totalidad enuncia, aunque estemos muy alejados —en esa visión corta— de lo que ello pueda suponer, si acaso existe tal referencia o intención.

Este proceder se alinea o inserta entre una serie de montajes con los que la mente humana siempre se ha entretenido, con intenciones o por necesidades muy diferentes a las meramente estéticas. Con aquellos sobre los que el investigador despliega sus trofeos o sus fetiches, con la esperanza de que hablen entre ellos para dar lugar a un discurso de las pesquisas. Con los del recolector que, terminada su jornada, monta una significativa u operativa mis-en-place, estimulado quizás por lo que su conjunción pueda suponer. O con los del montador de una dinámica de imágenes, que se interroga por la utilidad narrativa de un conjunto de ellas —capaces de participar en un guión— repleto de decantaciones, que necesita ser encajado en un relato visual.

¿Pero de qué naturaleza son esas teselas? ¿Qué figuran y cómo lo hacen?

Su planeidad es sólo aparente. Se trata de umbrales visuales prestos a involucrar el ojo en una búsqueda más pormenorizada: espacio-temporal, figurativa, icónica, secuencial o estática, erótica o tanática, proyectiva o identificativa. Esta producción frecuenta lugares que fueron ya inaugurados por la perspectiva; o aquellos que fueron revisitados por la cámara oscura; o los que frecuentó el arte —incluido el cine—, en la modernidad primera y de manos de otro dispositivo: el montaje. Esos lugares que hicieron posible todo un caudal de obras que convierten a ésta en un aparato. En un modo de experimentar la subjetividad humana —que pone en relación la falta de experiencia con la relevancia de los objetos que nos rodean— hacia atrás y hacia adelante; rompiendo la estructura férrea de la trinidad temporal de los tiempos anteriores, en un ahora expansivo que sólo puede ser frecuentado significativamente en el montaje. En la inmersión en el tour de force de la metrópolis. En el enmascaramiento continuo que protege un espacio siempre colonizado por el encuentro continuado con lo otro.

Jose Ramón Moreno Pérez

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* El autor parafrasea a Marguerite Yourcener: El negro cerebro de Piranesi, tomado por ella de Víctor Hugo.